diumenge, de gener 08, 2006

¿Cuando has estado así?

Recuerdo un día. Volvía de trabajar y sono el movil era mi madre. Yo estaba comiendo. Descolgué el movil delante de un solitario, humeante plato de arroz. Había contactado con mi tía, quien a su vez había hablado con su amiga francesa, para darme el "paquete" que mi tía le había entregado a su amiga en su visita a Canarias.
Así que sería sobre las cuatro y media; al final, la cita era en la Place Royale, en el lado del restaurante alsaciano. No me generaba, en ese momento, demasiada inquietud el momento de encontrarme con ella. Asi que después de comer baje al Flesselles a tomar un cafe y leer Le Monde y France Ouest. Fueron finalmente dos cafés y un par de revistas, una cultural y otra de actualidad politica y cultural. Las cuatro menos cuarto. Sara estaria en clase todo el día, lo mismo que el resto de la gente: trabajo, estudio, trabajo, estudio, trabajo... la ventaja de ser un profesor asistente de español es la enorme cantidad de tiempo que te permite dilapidar, aun siendo un miembro util y productivo de la comunidad (o no tanto), manteniendo entretanto y pese a ello un volumen de trabajo y estudio satisfactorio.
Subi un momento a casa, ahogandome (la vida sedentaria, el exceso de cafeina y cinco pisos a pie son una combinación extenuante), decidi celebrarlo con un cigarrillo, y pase otra media hora escuchando France-Info. Ultimos coletazos de la campaña de las presidenciales. Tout securitaire. Jospin presa de su pasado como entrista trotsko. Estupideces que enturbiaban un magnifico día, que habia luchado a brazo partido por existir desde primeras horas de la mañana. De hecho, la parca aun lucia manchas de humedad, extendida sobre el radiador. Chirac no podría con el sol.
Finalmente, baje las escaleras y sali a la calle. Enfile la rue Kervegan y subi por 50 otages. Primera a la izquierda. Place Royale. Diez minutos de adelanto. Era previsible, en un casco antiguo de medio kilometro por medio kilometro resutla casi imposible ser impuntal. Baje a Commerce a por un cafe. Descafeinado, hay que cuidarse. Otro euro con veinte gastado en balde. Finalmente, me convenci para acercarme hasta el restaurante.
No se exactamente como me reconocieron y como fue que yo no albergué duadas de que el saludo era efectivamente para mi, pero el hecho es que así fue. Las presentaciones fueron rapidas. La amiga de mi tía venía acompañada, sino recuerdo mal, por su hija. Fueron gentiles. Se interesaron sobre mi vida en la ciudad -en su ciudad, al fin y al cabo, no hubo lugar mas que para el halago-, sobre mi trabajo. Me transmitieron los saludos de mi tia. Yo les pregunte por Canarias, he hice un par de comentarios sobre la multiulturalidad, la lejanía del hogar, el contraste y el reencuentro con la tierra. Todo fue muy agradable. Tres personas respetuosas, con sus vidas propias, con ganas de reenprenderlas, pero al mismo tiempo, con la correcta actitud de querer recordar algo de alguien a quien el azar planta durante unos breves minutos en tu vida. Encendi el sexto o septimo cigarrillo de la tarde; no fue, desde luego, una invitación a acabar con la conversación, y creo que tampoco fue interpretado así. En cualquier caso, en ese momento se decidieron a darme la bolsa con el paquete; "bueno, creo que esto es tuyo", me dijo cuando termine de devolver al bolsillo el mechero, al tiempo que aproximaba a mi mano la bolsa (el castellano se había impuesto involuntariamente como lengua corriente de la conversación, misterios de la poliglotía) que mi tía me había enviado con tan atípicos correos. Les invité a un cafe, pero ellas lo rechazaron gentilmente.
Nos despedimos con la efusividad que la situación y la confianza merecían; desde luego, si un observador atento hubiese estado pendiente del encuentro desde su inicio, la hubiera juzgado excesiva: tres extraños que se encuentran en mitad de una calle, proceden a las presentaciones, conversan durante unos cortos cinco minutos para, acto seguido, decirse adios -esta es la palabra correcta- con evidentes muestras de afecto. Sin embargo, si este observador ademas de atento hubiera sido perspicaz, sin duda repararía en que estas tres personas compartían un vínculo, que resultaba capaz de derribar ese fragil muro que a veces se teje. Hubiera sabido ver que cuando dos extraños comparten el afecto por una persona lejana, éste les ayuda a encontrarse, a establecer es nexo que se impide crear, que queda imposibilitado por el silencio que cubre las horas punta en las ciudades. Parece a menudo como una debil grieta en toda esa pared que el lenguaje, la ciudad, el trabajo, el trafico, los hombre poderosos que escriben con trazo firme las lineas de los mapas y más, han levantado ahogando millones de abrazos, caricias y holabuenastardes sonrientes que nos hacen falta dar y que tan solo son permitidos con la sordina de las sabanas propias, la tristeza esclerotica e insititucionalizada y las salas de masajes de Tailandia.
Con esta sensación esperanzadora y exultante de la despedida prohibida por las costumbres en la boca del estomago, deshice el camino hasta casa. Subi con el octavo cigarrillo alumbrado entre los labios y los pulmones henchidos y victoriosos, mis pasos eran inmunes a la rutina que media hora antes los abrumaba. En las calles el dia habia certificado su victoria. Llegué a casa y coloque cuidadosamente el paquete en la cocina y la chaqueta y el jersey, que eran a todas luces excesivos, sobre la silla del dormitorio. Abrí la ventana del cuarto de estar y puse en el CD a los Piratas. Volvi hasta la cocina, y por fin me dedique a quitar los papeles de regalo que lo envolvían. Allí estaban. Una maza de jamon, una barra de lomo, un par de detalles culinarios mas y un cartón de Marlboro. Todo un paquete de exiliado. Rapidamente, corte un par de lonchas de jamón, tal y como se cortan en mi pais, gordas, majas, y tres o cuatro de lomo, con un poco del pan del día de antes -me dije que mas tarde bajaría a por más, o mejor, le pediría a Sara o alguno de estos que lo subieran ellos-. Saque una de las ultimas cervezas de la nevera y me acerque con el cenicero a la ventana. Pase las tres o cuatro primeras canciones del CD y me las ingenie para coger la camara de fotos.
La música continuaba con un volumen respetable, mientras yo masticaba. Nadie me iba a interrumpir en, por lo menos dos horas. Me acerque al cuarto a por un cuaderno y un boligrafo cuando acabe con la merienda, eche un par de tragos a la cerveza y encendi un cigarro. La tarde continuaba tranquila abajo, la gente paseaba sin ningun tipo de agobio, ocasionalmente algun cliente salia o entraba del cafe o del sex-shop. Saqué tres fotografías: una, del cielo sobre Ricodeau, otra, del cielo sobre Bouffay, y una ultima de ese mismo cielo, del que yo contemplaba ahora, sobre las casas de enfrente. Hecho esto, cogi la cerveza y me tumbe en el sofa. En las dos horas siguientes, no me levante mas que para ir al baño y cambiar la cerveza por agua o zumo. Cambiaba los cd´s desde el sofa, y ocasionalmente cogia el cuaderno que tenia en el suelo para escribir algun detalle interesante de la canción, de mi cerebro, del futuro o del pasado. A veces hablaba con alguien un par de minutos por telefono. Miraba el cielo.
No recuerdo haber sido tan feliz en mi vida.